domingo, 3 de agosto de 2014

La inutilidad del conflicto (la 1GM y mis pugnas con otros)

Burt Solomon publicó en The Atlantic (aquí) un muy buen artículo sobre la inutilidad de la primera guerra mundial y sus consecuencias. El pasado 28 de julio se cumplieron 100 años su comienzo. Solomon hace un recuento de los motivos que se han ofrecido para explicar los motivos de la guerra. «Haiga sido, como haga sido», la guerra causó la muerte de más de 16 millones de personas, no sólo de formas nuevas y creativas, sino por unos motivos infantiles e inútiles. 
Soldados británicos cegados por gas lacrimógeno en 1918

Todas las guerras nos dicen algo sobre nosotros mismos, «esta guerra -escribe Solomon- nos dice mucho sobre la naturaleza de la codicia, los peligros de la inseguridad, la facilidad con la que perdemos el control sobre la historia de los hombres». También nos muestra lo poco que podemos prever y controlar los efectos ocasionados por una tecnología, inventada con esperanza de progreso, pero dominada por el poder irracional. Trágicamente lo que ha sucedido en Gaza pone ante nosotros este último punto: quizá podamos controlar cómo disparar un misil y dar en el blanco, pero nunca podremos dominar todas sus consecuencias. (Aquí, un artículo de Michael Walzer en New Republic, sobre el tema)

Pienso que de la primera guerra mundial podemos aprender tres cosas sobre cómo enfrentar los conflictos: 

1. Elegir bien el conflicto. Pocos y que valgan la pena. Ya sea por el tema, por lo que sacaremos de ahí, por cómo quedará dañada una relación, por lo que realmente podemos cambiar del problema, etc. Como en el beisbol, no hay que tirarle a todo lanzamiento aunque venga strike. No todo pleito vale la pena.

2. Antes de entrar a resolver una diferencia con otro  hemos de fijar qué vamos a considerar como éxito. Una vez que conseguimos esa meta, ¡a salir corriendo del conflicto! Si la otra persona quiere aprovechar la pugna para dejar claro que quien manda, que esos no son modos, que ahora las cosas se harán como quiere... allá ella, que se quede con su triunfo. Con un objetivo claro, es más fácil centrarse en lo que pensamos en frío y consideramos valioso. En un conflicto es común calentarse y perder el norte sobre lo que buscamos. Ayuda a considerar que ni toda victoria es definitiva, ni toda derrota es absoluta. Nunca se gana todo de una vez por todas y nunca se pierde todo de forma indiscutible.



3. Tomar en cuenta que al final del día, tras la pugna, corremos un gran riesgo de quedarnos sin nada. Cuando entramos un conflicto, con mucha frecuencia cambiamos nuestro sitio y nuestros objetivos fundamentales por ganar la disputa, por ganarle al otro. Después, tarde o temprano –y esta regla no falla– nosotros nos iremos o la otra parte del conflicto se irá. Si prevaleció el conflicto, o en gran parte sólo hubo conflicto, habremos perdido tiempo para realizar nuestro proyecto de vida. En algún momento se irá o nos iremos... ¿y qué me quedó por haberme enzarzado en una pugna?



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