sábado, 25 de febrero de 2017

Austen contra las bondades terapéuticas de la lectura

Felicity Jones como Catherine Morland en Northanger Abbey, 2008.

Comparemos estas dos formas de introducir al personaje:
Emma Woodhouse, bella, inteligente y rica, con una familia acomodada y un buen carácter, parecía reunir en su persona los mejores dones de la existencia; y había vivido cerca de veintiún años sin que casi nada la afligiera o la enojase.
Emma, Jane Austen, 1816, Capítulo 1.
Nadie que hubiera conocido a Catherine Morland en su infancia habría imaginado que el destino le reservaba un papel de heroína de novela. Ni su posición social ni el carácter de sus padres, ni siquiera la personalidad de la niña, favorecían tal suposición. 
Northanger Abbey, Jane Austen, 1818, Capítulo 1.
Jane Austen separa a estos dos personajes en extremos opuestos de fortuna y posición en la vida. Más adelante, ambas se delinean diferentes en su afición por la lectura. En efecto, Emma, una niña rica y berrinchuda, era la más inteligente, segura de sí e independiente de su familia. Pero corría peligro tanto porque «era propensa a tener una idea demasiado buena de sí misma», como por una agudeza intelectual no moderada ni moldeada. En un diálogo entre dos de sus mejores amigos, Mr. Knightley utiliza la lectura para mostrarle a la Sra. Weston, las deficiencias en su carácter:
“Emma siempre se ha propuesto leer cada vez más, desde que tenía doce años. Yo he visto muchas listas suyas de futuras lecturas, de épocas diversas, con todos los libros que se proponía ir leyendo... Y eran unas listas excelentes, con libros muy bien elegidos y clasificados con mucho orden, a veces alfabéticamente, otras según algún otro sistema. Recuerdo la lista que confeccionó cuando sólo tenía catorce años, que me hizo formar una idea tan favorable de su buen criterio que la conservé durante algún tiempo; y me atrevería a asegurar que ahora debe de tener alguna lista también excelente. Pero ya he perdido toda esperanza de que Emma se atenga a un plan fijo de lecturas. Nunca se someterá a nada que requiera esfuerzo y paciencia, una sujeción del capricho a la razón.  (Emma, Jane Austen, Capítulo 5)”
Por el contrario, al otro extremo, Catherine Morland, sin un talento natural, –«jamás aprendió nada que no se le enseñara y que muchas veces se mostró desaplicada y en ocasiones torpe»-, «empezó a aficionarse a las lecturas serias, que al tiempo que ilustraban su inteligencia, le procuraban citas literarias tan oportunas como útiles para quien estaba destinada a una vida de vicisitudes y peripecias (Northanger Abbey, Capítulo 1)». Su baremo se orientó por Pope, Gray, Thompson y algo de Shakespeare. Su madre pensaba, por ejemplo, que The Mirror sería una buena medicina para el estado melancólico de su hija: «En uno de los libros que tengo arriba hay un estudio muy interesante acerca del tema. [...] Lo buscaré para que lo leas. Seguramente encontrarás en él consejos de provecho. (Capítulo 30)». Leer siempre es benéfico, pensaba la Sra. Morland y Catherine misma, más para una joven de 17 años, «igual de ignorante e inculta que cualquier otro cerebro femenino» de esa edad (Austen dixit).

Sin embargo, Miss Morland fue incapaz de darse cuenta del verdadero infortunio de la Abadía de Northanger. Peor aún, reconstruyó la tragedia que rodeó la muerte de la Sra Tilney, a imitación de lo aprendido en sus lecturas. En efecto, engarzó los datos aislados y parciales que conocía de esa familia e hiló una tragedia propia de telenovela mexicana de los 90s. Con su imaginación desbocada, invadió por curiosidad intimidades agenas, creyó en asesinatos pasionales y lastimó a quien amaba.

Para Catherine Morland, la lectura fue un virus que ella misma se inyectó y le produjo su enfermedad: 
«¿Acaso ella misma no se había preparado una sensacional entrada en Northanger? Mucho antes de salir de Bath se había dejado dominar por su afición a lo romántico, a lo inverosímil. En una palabra, todo lo ocurrido podía atribuirse a la influencia que en su espíritu habían ejercido ciertas lecturas románticas, de las que tanto gustaba. Por encantadores que fueran los libros de Mrs. Radcliffe y las obras de sus imitadores, justo era reconocer que en ellos no se encontraban caracteres [ajustados] [...] Apoyándose en tales convicciones [promovida por lecturas inadecuadas], se dijo que no le sorprendería si al cabo de un tiempo el carácter de Henry y Eleanor Tilney daba muestras de alguna imperfección, y así acabó por persuadirse de que no debía preocuparle el haber adivinado algunos defectos en la personalidad del general [el viudo, Mr. Tilney, a quien su imaginación acusó de la muerte de su esposa], pues si bien quedaba libre de las injuriosas sospechas que ella siempre se avergonzaría de haber abrigado hacia él, no era un hombre que, estudiado con detenimiento, pudiera considerarse ejemplo de caballerosa amabilidad. (Capítulo 25)»
La lectura no sirve, por sí misma, para modelar el carácter, educar a las personas o hacerlas felices.

No olvidemos que en el mundo austeniano el carácter de una persona se manifiesta en la expresión conjunta de todos estos ámbitos: en el jucio certero, en los sentimiento adecuados pero intensos, en las acciones apropiadas, en el deber cumplido, en la tradición honrada, en las interacciones sociales oportunas, en una felicidad enraizada, en unas virtudes adquiridas. Más aún, en el horizonte moral de Jane Austen, si una persona es incapaz de pensar certeramente, padecerá de sentimientos desajustados, incumplirá sus obligaciones, lastimará a sus conocidos. Es decir, el carácter de la persona se revela en la interacción de todas estas expresiones humanas, de modo que la educación en una de ellos, ajustará y equilibrará al resto. 

Catherine había leído mucho, pero carecía de amigos –o mentores- que le ayudaran a reflexionar sobre lo que leía y fomentaran en ella –con su ejemplo a imitar- acciones adecuadas. Los libros moldeaban su cabeza, pero para interpretar y actuar conforme a categorías que la distanciaban de otros o desajustaban sus sentimientos; aprendía razones, pero no las que acertaban; imaginaba soluciones, pero sólo las parciales. Por el contrario, en Mansfield Park, Austen apunta que la afición por la lectura de la heroína –Fanny Price-, si era bien orientada por un mentor, «podría proporcionarle una excelente instrucción». De modo que, Edmund le recomendaba libros, «fomentaba su inclinación y rectificaba sus opiniones. Él hacía provechosa la lectura hablándole de lo que leía (Capítulo 2)».

Si en Emma la protagonista fallaba por escapar de los libros, no por falta de amigos y maestros; en Northanger Abbey fracasaba -entre otras cosas- porque carecía de ellos.  Para Jane Austen, las bondades terapéuticas de la lectura no aparecen sólo por leer.  Sus héroes y heroínas también contemplan, reflexionan, actúan, se esfuerzan por honrar sus amistades y están dispuestos a sufrir.

PS. Un estudio sobre las lecturas contra las que carga Jane Austen en Northanger Abbey se puede ver aquí. Ahí se muestra cómo el tipo de lectura predispone a los personajes a tratar los problemas reales de forma parecida a lo aprendido en los libros.

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